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‘Una imagen vale más que mil palabras’. Este es uno de los lemas más repetidos por los que desprecian la cultura escrita y, de paso, por los apologistas de los medios de masas.

Pues bien, con el arte actual sucede lo contrario: la tendencia creciente hacia la abstracción hace que los espectadores busquen cada vez más una explicación que les permita interpretar lo que ven; ya no se puede contemplar el arte sin mirar con el rabillo del ojo la opinión de los críticos, de los ‘entendidos’. Por eso una de las características más universales del arte del siglo XX, una de las características más arraigadas en él es su dependencia de las palabras. Todos piden una explicación previa a la contemplación de arte contemporáneo. Esto ha hecho que el arte de hoy dependa especialmente de la palabra, y, por extensión, de la cultura escrita.

 

"LA PALABRA PINTADA"

Este sugerente título lo utiliza Tom Wolfe en su libro de l.975 para referirse a la importancia que la crítica tiene en el arte contemporáneo. La dirección evolutiva del arte va hacia la abstracción; por eso con la pérdida del realismo cada vez se hace más imprescindible la explicación en arte. Hasta el punto que podríamos afirmar con el mismo Wolfe que "hoy día, sin una teoría que acompañe no puedo `ver' un cuadro". Ello es tan cierto que aunque haya partidarios del realismo y se haga y se venda mucho con estas características está eliminado de los textos de arte contemporáneo e incluso de los libros de texto para la enseñanza obligatoria. Cuál es la explicación. Sin duda que no está respaldado por una teoría convincente.

Así hemos llegado a una situación en que ver el arte es sinónimo de creer el texto literario que lo avala. La apertura de la obra que describía Umberto Eco ha llegado en el arte actual a extremos tales que el crítico ha de cerrar de alguna manera el contenido de la misma para impedir una dispersión casi infinita de interpretaciones. Y lo hace imponiendo la suya como la única. Pudiera decirse que el artista es el crítico, que es quien consagra la obra y, más aún, quien consagra al artista.

Este proceso de inversión en el arte se inició con las vanguardias europeas: "El pintor piensa en formas y colores. La intención no es reconstruir un hecho anecdótico, sino construir un hecho pictórico" repetía Braque, quien por cierto era bastante aficionado a teorizar, en los albores del cubismo; sin embargo para él lo primero era el arte y creo que jamás soñó que se fueran a invertir los términos. De cualquier manera los artistas de principios de siglo decidieron publicar manifiestos. Lo más importante para que triunfara un movimiento era en primer lugar integrarse en un grupo -no importaba el número ni tampoco el género que se practicara (a veces resultaba mejor si había literatos, pintores, escultores, músicos...)- que estuviese dispuesto a romper con todo lo anterior. Y segundo precederse por un manifiesto; desde el manifiesto futurista de 1.909 Europa se llenó de `ismos' y de manifiestos que se sucedían de la noche a la mañana.

La intención de las vanguardias fue desde el principio subvertir la visión burguesa de la realidad. El artista se había convertido en bohemio abandonando los salones de las clases nobles que acogieron a los artistas del siglo XVII. Liberarse de estos vínculos fue para ellos imponerse a una burguesía codiciosa e hipócrita. Sin embargo esta separación del mundo sólo era a medias; con el otro ojo tenían que estar pendientes de que alguien importante se fijara en ellos porque sólo con el éxito podía tener sentido su labor revolucionaria, sólo así sus ideas antiburguesas podían imponerse. Pero lo que pasó fue que la burguesía se impuso a sus ideas y el arte fue un producto más, vendible dentro de la sociedad de mercado, y por cierto muy cotizado. Pero ¿por qué es el mismo burgués quien compra el producto y ayuda al artista en su tarea `subversiva'? "Se trata de una necesidad muy de nuestro tiempo, una moderna redención (del pecado de Opulencia) bastante extendida entre la gente bien del mundo occidental, tanto en Roma como en París o en Nueva York. Por eso las personas que más incómodas se sienten respecto a su opulencia económica son precisamente las más atraídas por la idea de coleccionar arte contemporáneo, arte de vanguardia, calentito y recién sacado de la Buhardilla". Por eso estos nuevos mecenas no sólo compran sus cuadros, sino que quieren mezclarse en sus vidas, les pagan las juergas con tal de entrar en sus privilegiados círculos. Esto vale sobre todo para el arte y los compradores americanos ya que T. Wolfe habla sobre todo desde esa realidad. De cualquier modo el hecho es ya bastante significativo.

Volviendo al papel de la crítica dice Wolfe que "no se invita al público". La crítica dice lo que hay que ver y cómo lo hay que ver. Los cuadros se han colgado mucho antes de que el público se entere de algo; y el hecho de que estén colgados significa que son buenos. Al público sólo le queda admirar su belleza, o al menos su originalidad. Este es también uno de los valores más buscados en el arte actual. Lo moderno fue consagrado como valor y lo más moderno, lo último es la vanguardia. Por el hecho de ser lo último, lo más original, ya tenía acceso al mundo del arte en los años sesenta.

La vanguardia llegó a los Estados Unidos de la mano de los ricos neoyorquinos que quisieron emular a sus pares londinenses o parisinos. Una vez invadido el mercado americano de los años veinte por el cubismo y en camino hacia la abstracción figurativa los críticos conservadores se vieron desplazados e impotentes ante la avalancha. Lo moderno se había impuesto y lo chic hizo su agosto. Ahora había que justificarlo porque nadie lo entendía. Siempre se pedían unas palabras aclaratorias y por fin hizo su aparición la nueva teoría del arte. Los dadaístas se indignaron ante semejante promiscuidad frente al arte. En el Manifiesto Dada dice Tristán Tzara "cualquier obra de arte que pueda ser entendida es la obra de un periodista". Pero incluso el dadaísmo fue aceptado y comprendido. Su propia explicación fue vendida.

La crítica se fue reforzando en una evolución en la cual ella se valoraba a sí misma. Esto ocurrió en América con el desarrollo del Expresionismo Abstracto, potenciado por los críticos Clement Greenberg y Harold Rosenberg, que impulsaron decididamente a estos pintores e incluso terminaron por decirles cómo tenían que pintar. Después de esto llegó el arte Pop y la alegría volvió al gran público; sin embargo a pesar de tener un aspecto más colorista y asequible cayó en las mismas arbitrariedades teóricas. Así en 1.969 aparece en Nueva York la revista Interview de manos de Andy Warhol. Salir en ella significa ser artista, con independencia de que lo que se haga sea cantar, bailar, pintar o simplemente salir en ella. Pero como decía la crítica iba ganando terreno y la operación retorno no se hizo esperar. Así aparecieron el minimalismo, el Op Art y por fin el arte Conceptual, donde lo que importa es el proceso de creación, hasta el punto de que a veces el resultado no se puede ver, como en Arc, de Peter Hutchinson, donde el único testimonio son unas fotografías y unas pocas líneas. Ante esto Tom Wolfe no duda en afirmar que las artes plásticas han llegado a convertirse en pura literatura.

En la arquitectura sucede algo parecido. Cuentan que cuando Le Corbusier construía un nuevo edificio Frank Lloyd Wright decía: "Bueno, ahora que ha terminado una casa, escribirá cuatro libros sobre ella".

Desde entonces nuevas formas de realismo han hecho su aparición, pero efectivamente no han podido prescindir de una teoría crítica que las justifique en el panorama del arte. Otra de las razones que contribuye al desarrollo de la crítica es que el número de artistas se ha elevado aceleradamente mientras el mercado del arte sigue siendo muy restringido. De ahí que se necesite una justificación del arte por encima de los propios artistas. El artista no tiene otro remedio que aceptar esta situación en espera de que le llegue su turno para colgar su obra en los museos y figurar en los catálogos internacionales de arte. Mientras, siempre tiene la alternativa de cotizarse como artesano pintando para colgar en las paredes de los salones del coleccionista medio, que pagará sus cuadros a tanto el metro...

Lo que es cierto es que la calidad del artista ha venido a estar en una relación directa con el precio a que vende sus productos con lo cual los valores estéticos han pasado a depender fundamentalmente del mercado. Así es como han llegado a tener cabida dentro de las esferas del arte tantos proyectos distintos, como el diseño y la moda. Para quien piense lo contrario recomiendo una visita por las actuales ferias del arte -como la recientemente celebrada en `Arco 90', donde todas las actuaciones estuvieron dirigidas por la moda y el dinero. En ellas la mayor parte de las ventas se realizan entre las mismas galerías, de forma que en la próxima feria se colgarán las mismas obras con la única novedad de que éstas habrán doblado o triplicado su precio. Es decir, el arte hoy viene a ser una nueva forma de inversión y de especulación.

 

JESUS ANGEL MARTIN MARTIN

Benavente, 14 de febrero de 1.990.-