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página de filosofía de jesús ángel martín

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Sócrates: resumen de su vida y su pensamiento

PLATÓN: cuestionario

Fragmento de La República: 'la metáfora de la línea'

El Banquete (selección)

Texto sobre la democracia (la República, libro VIII, 562e)

presentación de Platón en PowerPoint

Actividad sobre Platón

materiales imprescindibles para 2º de bachillerato


PLATÓN

Cuestionario

 

VIDA

  1. ¿Cuáles son los acontecimientos de la vida de Platón que más influyeron en su filosofía? Explica por qué

 TEORÍA DEL CONOCIMIENTO

  1. Explica cómo conocemos, según Platón, es decir los métodos empleados para llegar a la verdad, al mundo de las ideas.

  2. Resumir el ‘mito de la caverna’ y explicar la función que cumple en la filosofía platónica.

  3. Describe cada clase de conocimiento y su objeto.

TEORÍA DE LAS IDEAS

  1. El conocimiento termina en las ideas.

  • ¿Qué son?
  • antecedentes de la teoría
  • relación con el mundo
  • función que cumplen en la cosmología

ANTROPOLOGÍA

  1. ¿Qué es el hombre?

  • Partes y características de cada una
  • ¿qué funciones cumple cada parte?

ÉTICA

  1. ¿Qué es la virtud? ¿Cuáles son las más importantes (describirlas)? ¿Por qué?

POLÍTICA

  1. Explica cómo deber ser la sociedad según Platón y por qué

  2. ¿Cuáles son las mejores y las peores formas de gobierno? ¿Por qué?

  3. Explica la función política que cumple la educación

CONCLUSIONES

  1. Resume las características principales de la teoría platónica

  2. Escoge los tres rasgos o características de nuestra cultura que consideres influidos por el pensamiento platónico explicando la relación existente.

 

 


El Banquete, o del amor.

(selección de textos: 188e – 212b)

- En verdad Erixímaco -comenzó Aristáfanes-, que se me ocurre hablar en forma distinta a como tú y Pausanias lo hicisteis. En efecto, me parece que los hombres no se dan en absoluto cuenta del poder del Amor, ya que si se la dieran le hubieran construido los más espléndidos templos y altares harían en su honor los más solemnes sacrificios. Ahora, por el contrario, nada de eso se hace, por más que debiera hacerse antes que cosa alguna; pues es el Amor el más filántropo de los dioses en su calidad de aliado de los hombres y médico de males, cuya curación aportaría la máxima felicidad al género humano. Así, pues, yo intentaré explicaros a vosotros su poder y vosotros seréis luego los maestros de los demás. Pero antes que nada tenéis que llegar a conocer la naturaleza humana y sus vicisitudes, porque nuestra primitiva naturaleza no era la misma de ahora, sino diferente. En primer lugar, eran tres los géneros de los hombres, no dos, como ahora, masculino y femenino, sino que había también un tercero que participaba de estos dos, cuyo nombre perdura hoy en día, aunque como género ha desaparecido. Era, en efecto, entonces el andrógino una sola cosa, como forma y como nombre, partícipe de ambos sexos, masculino y femenino, mientras que ahora no es más que un nombre sumido en el oprobio. En segundo lugar, la forma de cada individuo era en su totalidad redonda, su espalda y sus costados formaban un círculo, tenía cuatro brazos, piernas en número igual al de los brazos, dos rostros sobre un cuello circular, semejantes en todo, y sobre estos dos rostros, que estaban colocados en sentidos opuestos, una sola cabeza; además, cuatro orejas, dos órganos sexuales y todo el resto era tal como se puede uno figurar por esta descripción. Caminaba en posición erecta como ahora, hacia adelante o hacia atrás, según deseara; pero siempre que le daban ganas de correr con rapidez hacia como los acróbatas, que dan la vuelta de campana haciendo girar sus piernas hasta caer en posición vertical y, como eran entonces ocho los miembros en que se apoyaba, avanzada dando vueltas sobre ellos a gran velocidad. Eran tres los géneros y estaban así constituidos por esta razón: porque el macho fue en un principio descendiente del Sol la hembra, de la Tierra, y el que participaba de ambos sexos, de la Luna, ya que la Luna participa también de uno y otro astro. Y circulares precisamente eran su forma y su movimiento, por semejanza con sus progenitores. Eran, pues, seres terribles por su vigor y su fuerza; grande era además la arrogancia que tenían, y atentaron contra los dioses. De ellos también se dice, lo que cuenta Homero de Efialtes y de Oto, que intentaron hacer una escalada al cielo para atacar a los dioses. Entonces, Zeus y los demás dioses deliberaron qué debían hacer, y se encontraban en grande aprieto. No les era posible darles muerte y extirpar su linaje, fulminándolos con el rayo como a los gigantes, pues en ese caso los honores y los sacrificios que recibían de los hombres se hubieran acabado, ni tampoco el consentirles su insolencia. Con gran trabajo, al fin Zeus concibió una idea y dijo: "Me parece tener una solución para que pueda haber hombres y para que, por haber perdido fuerza, cesen su desenfreno. Ahora mismo voy a cortarlos en dos a cada uno de ellos y así serán a la vez más débiles y más útiles para nosotros por haberse multiplicado su número. Caminarán en posición erecta sobre dos piernas; pero si todavía nos parece que se muestran insolentes y que no quieren estar tranquilos, de nuevo los cortaré en dos, de suerte que anden en lo sucesivo sobre una sola pierna, saltando a la pata coja." Tras decir esto, dividió en dos a los hombres, al igual de los que cortan las serbas para ponerlas a secar, o de los que cortan los huevos con una crin. Y a todo aquel que iba cortando, ordenaba a Apolo que le diera la vuelta a su rostro y a la mitad de su cuello en el sentido del corte, para que el hombre, al ver su seccionamiento, se hiciera más disciplinado, y además le daba orden de curarlo. Dábales, pues, Apolo la vuelta al rostro, y reuniendo a estirones la piel de todas partes hacia lo que ahora se llama vientre, la ataba, como si se tratara de una bolsa, con cordel, haciendo un agujero en medio del vientre, que es precisamente lo que se llama ombligo. En cuanto a las arrugas que quedaban, las alisó en su mayor parte, y dio también forma al pecho con un instrumento semejante al que usan los zapateros cuando alisan sobre la horma del calzado los pliegues de los cueros. Dejó, empero, unas cuantas arrugas, las de alrededor mismo del vientre y del ombligo, para que quedaran como un recuerdo de lo sucedido antaño. Mas una vez que fue separada la naturaleza humana en dos, añorando cada parte a su propia mitad, se reunía con ella. Se rodeaban con sus brazos, se enlazaban entre sí, deseosos de unirse en una sola naturaleza, y morían de hambre y de inanición general, por no querer hacer nada los unos separados de los otros. Así, siempre que moría una de las mitades y quedaba sola la otra, la que quedaba con vida buscaba otra y se enlazaba a ella, bien fuera mujer entera -lo que ahora llamamos mujer- la mitad con que topara o de varón, y así perecían. Mas compadeciéndose Zeus, imaginó otra traza, y les cambié de lugar sus vergüenzas, colocándolas hacia adelante, pues hasta entonces las tenían en la parte exterior y engendraban y parían no los unos en los otros, sino en la tierra, como las cigarras. Y realizó en esta forma la transposición de sus partes pudendas hacia delante e hizo que mediante ellas tuviera lugar la generación en ellos mismos, a través del macho en la hembra, con la doble finalidad de que, si en el abrazo sexual tropezaba el varón con mujer, engendraran y se perpetuara la raza, y si se unían macho con macho, hubiera al menos hartura del contacto, tomaran un tiempo de descanso, centraran su atención en el trabajo y se cuidaran de las demás cosas de la vida. Desde tan remota época, pues, es el amor de los unos a los otros connatural a los hombres y reunidor de la antigua naturaleza, y trata de hacer un solo ser de los dos y de curar a la naturaleza humana. Cada uno de nosotros, efectivamente, es una contraseña de hombre, como resultado del corte en dos de un solo ser, y presenta solo una cara como los lenguados. De ahí que busque siempre cada uno a su propia contraseña, Así, pues, cuantos hombres son sección de aquel ser partícipe de ambos sexos, que entonces se llamaba andrógino, son mujeriegos; los adúlteros también en su mayor parte proceden de este género, y así mismo, las mujeres aficionadas a los hombres y las adúlteras derivan también de él. En cambio, cuantas mujeres son corte de mujer no prestan excesiva atención a los hombres, sino que más bien se inclinan a las mujeres, y de este género proceden las tribadas. Por último, todos los que son sección de macho, persiguen a los machos, y mientras son muchachos, como lonchas de macho que son, aman a los varones y se complacen en acostarse y en enlazarse con ellos; estos son precisamente los mejores entre los niños y los adolescentes, porque son en realidad los más viriles por naturaleza. Algunos, en cambio, afirman que son unos desvergonzados. Se equivocan, pues no hacen esto por desvergüenza, sino por valentía, virilidad y hombría, porque sienten predilección por lo que es semejante a ellos. Y hay una gran prueba de que es así: cuando llegan al término de su desarrollo, son los de tal condición los únicos que resultan viriles en la política. Mas una vez que llegan a adultos, aman a su vez a los mancebos, y si piensan en casarse y tener hijos, no es por natural impulso , sino por obligación legal; les basta con pasarse la vida en mutua compañía sin contraer matrimonio. Y ciertamente el que es de tal índole se hace «pederasta», amante de los mancebos , y «filerasta», amigo del amante, porque siente apego a lo que le es connatural. Pero cuando se encuentran con aquella mitad de sí mismos, tanto el pederasta como cualquier otro tipo de amante, experimentan entonces una maravillosa sensación de amistad, de intimidad y de amor, que les deja fuera de sí, y no quieren, por decirlo así, separarse los unos de los otros ni siquiera un instante. Estos son los que pasan en mutua compañía su vida entera y ni siquiera podrían decir qué desean unos de otros. A ninguno, en efecto, le parecería que ello era la unión en los placeres afrodisíacos y que precisamente esta es la causa de que se complazca el uno en la compañía del otro hasta tal extremo de solicitud. No; es otra cosa lo que quiere, según resulta evidente, el alma de cada uno, algo que no puede decir, pero que adivina confusamente y deja entender como en enigma. Así, si cuando están acostados en el mismo lecho se presentara junto a éste Hefesto con sus utensilios y les preguntase: «¿Qué es lo que queréis, hombres, que os suceda mutuamente?», y si, al no saber ellos qué responder, les volviese a preguntar: «¿Es acaso lo que deseáis el uniros mutuamente lo más que sea posible, de suerte que ni de noche ni de día os separéis el uno del otro? Si es eso lo que deseáis, estoy dispuesto a fundiros y a amalgamaros en un mismo ser, de forma que, siendo dos, quedéis convertidos en uno solo y que, mientras dure vuestra vida, viváis en común como si fuerais un solo ser, y una vez que acabe ésta, allí también, en el Hades, en vez de ser dos seáis uno solo, muertos ambos en común. ¡Ea! Mirad si es esto lo que deseáis y si os dais por contentos con conseguirlo.» Al oír esto, sabemos que ni uno solo se negaría ni demostraría tener otro deseo, sino que creería simplemente haber escuchado lo que ansiaba desde hacía tiempo: reunirse y fundirse con el amado y convertirse de dos seres en uno solo. Pues la causa de este anhelo es que nuestra primitiva naturaleza era la que se ha dicho y que constituíamos un todo; lo que se llama amor, por consiguiente, es el deseo y la persecución de ese todo. Anteriormente, como digo, constituíamos un solo ser, pero ahora, por nuestra injusticia, fuimos disgregados por la divinidad como los arcadios lo han sido por los lacedemonios. Y existe el peligro de que, si no nos mostramos disciplinados con los dioses, se nos seccione de nuevo y marchemos por ahí como esos que están esculpidos de perfil en las estelas, serrados en dos por la nariz y convertidos en medias tabas. Por esto debemos exhortar a todos los hombres a mostrarse piadosos con los dioses en todo, para esquivar ese temor y conseguir ese anhelo, del que es guía y caudillo el Amor. Que nadie obre en su contra. Y obra en su contra todo aquel que se enemista con los dioses. Pues si nos hacemos sus amigos y nos reconciliamos con el dios, descubriremos y nos encontraremos con los amados que nos corresponden, lo que consiguen muy pocos de los hombres de ahora. Y, ¡por favor!, que no me interrumpa Eriximaco, haciendo escarnio de mi discurso, porque piense que aludo a Pausanias y Agatón..., pues tal vez dé la casualidad de que sean individuos de esta especie y «machos» ambos, por naturaleza. Lo que yo digo lo aplico en general a hombres y a mujeres, y es que tan solo podría alcanzar la felicidad nuestra especie si lleváramos el amor a su término de perfección y cada uno consiguiera el amado que le corresponde, remontándose a su primitiva naturaleza. Y si esto es lo mejor, necesariamente en el estado actual de las cosas será lo mejor lo que más cerca esté de este ideal. Y esto es el conseguir un amado que por naturaleza coincida con la índole de uno. Así, pues, si a quien celebramos es al dios que origina esto, celebraremos con razón al Amor, que en el presente es el que mayor servicio nos presta por conducimos a lo que es afín a nosotros, y que, para el futuro, hace nacer en nosotros las mayores esperanzas de que, si mostramos piedad hacia los dioses, nos reintegrará a nuestra primitiva naturaleza y, curándonos, nos hará bienaventurados y felices. Este es Eriximaco -dijo Aristófanes-, mi discurso sobre el Amor, de otra índole que el tuyo. No lo ridiculices, como te he suplicado, para que podamos escuchar qué dirá cada uno de los restantes, o mejor dicho, uno y otro, pues solo quedan por hablar Agatón y Sócrates.

-Pues bien: así ocurre también con el amor. En general todo deseo de las cosas buenas y de ser feliz es amor, ese «Amor grandísimo y engañoso para todos». Pero unos se entregan a él de muy diferentes formas: en los negocios, en la afición a la gimnasia o en la filosofia, y no se dice que amen, ni se les llama enamorados. En cambio, los que se encaminan hacia él y se afanan según una sola especie detentan el nombre M todo, el de amor, y solo de ellos se dice que aman y que son amantes.

-Es muy probable -dije yo- que digas la verdad.

-Y corre por ahí un dicho -continuó- que asegura que los enamorados son aquellos que andan buscando la mitad de sí mismos, pero lo que yo digo es que el amor no es de mitad ni de todo, si no se da, amigo mío, la coincidencia de que este sea de algún modo bueno, ya que aun sus propios pies y sus propias manos están dispuestos a amputarse los hombres si estiman que los suyos son malos. No es, pues, según creo, lo propio de uno mismo a lo que siente apego cada cual, a no ser que se llame a lo bueno, por un lado, particular y propio de uno mismo y a lo malo, por otro, extraño. Pues no es otra cosa que el bien lo que aman los hombres. ¿Tienes acaso otra opinión?

-¡Por Zeus! Yo no -le respondí.

-Entonces -dijo ella-, ¿se puede decir así sin más que los hombres aman lo bueno?

-Sí -respondí.

-¿Y qué? ¿No ha de añadirse -dijo- que aman también poseer lo bueno?

-Ha de añadirse.

-¿Y no solo poseerlo, sino también poseerlo siempre?

-También se ha de añadir eso.

-Luego, en resumidas cuentas, el objeto del amor es la posesión constante de lo bueno.

-Es completamente cierto -respondí- lo que dices.

-Pues bien -dijo Diotima-: ya que el amor es siempre esto, ¿de qué modo deben perseguirlo los que le persiguen y en qué acción, para que su solicitud y su intenso deseo se pueda llamar amor? ¿Qué acción es por ventura esta? ¿Puedes decirlo?

-No, por supuesto -le dije. En otro caso, Diotima, no te hubiera admirado por tu sabiduría ni hubiera venido con tanta frecuencia a verte con el fin de aprender eso mismo.

-Pues bien -repliqué yo- te lo diré. Es esta acción la procreación en la belleza tanto según el cuerpo como según el alma.

-Arte adivinatoria requiere eso que dices -le contesté yo- No lo entiendo.

-Pues bien -replicó ella-: te lo diré con mayor claridad. Conciben todos los hombres, ¡oh Sócrates!, no solo según su cuerpo, sino también según su alma, y una vez que se llega a cierta edad desea procrear nuestra naturaleza. Pero no puede procrear en lo feo, sino tan solo en lo bello. La unión de varón y de mujer es procreación y es una cosa divina, pues la preñez y la generación son algo inmortal que hay en el ser viviente, que es mortal. Pero ambos actos es imposible que tengan lugar en lo que no está en armonía con ellos; y lo feo es inadecuado para todo lo divino, y lo bello, en cambio, adecuado...

Ni por lo más remoto. Es en inmortalizar su virtud, según creo, y en conseguir un tal renombre, en lo que todos ponen todo su esfuerzo, con tanto mayor ahínco cuanto mejores son, porque lo que aman es lo imperecedero. Así, pues, los que son fecundos según el cuerpo se dirigen en especial a las mujeres, y esta es la forma en que se manifiestan sus tendencias amorosas, porque, según creen, se procuran para sí, mediante procreación de hijos, inmortalidad, memoria de sí mismos y felicidad para todo el tiempo futuro. En cambio, los que lo son según el alma..., pues hay hombres -añadió- que conciben en las almas más aún que en los cuerpos, aquello que corresponde al alma concebir y dar a luz...

...comprender luego que la belleza que reside en cualquier cuerpo es hermana de la que reside en el otro, y que si lo que se debe perseguir es la belleza de la forma, es gran insensatez no considerar que es una sola e idéntica cosa la belleza que hay en todos los cuerpos. Adquirido este concepto, es menester hacerse enamorado de todos los cuerpos bellos y sosegar ese vehemente apego a uno solo, despreciándolo y considerándolo de poca monta. Después de esto, tener por más valiosa la belleza de las almas que la de los cuerpos, de tal modo que si alguien es discreto de alma, aunque tenga poca lozanía, baste ello para amarle, mostrarse solícito, engendrar y buscar palabras tales que puedan hacer mejores a los jóvenes.

He aquí, pues, el recto método de abordar las cuestiones eróticas o de ser conducido por otro: empezar por las cosas bellas de este mundo teniendo como fin esa belleza en cuestión y, valiéndose de ellas como de escalas, ir ascendiendo constantemente, yendo de un solo cuerpo a dos y de dos a todos los cuerpos bellos y de los cuerpos bellos a las bellas normas de conducta, y de las normas de conducta a las bellas ciencias, hasta terminar, partiendo de estas, en esa ciencia de antes, que no es ciencia de otra cosa sino de la belleza absoluta, y llegar a conocer por último lo que es la belleza en sí. Ese es el momento de la vida, ¡oh querido Sócrates! -dijo la extranjera de Mantinea-, en que más que en ningún otro, adquiere valor el vivir del hombre: cuando este contempla la belleza en sí.


PLATÓN. La República. Libro VIII; 562e

-¿Y no ocurrirá otro tanto con la democracia? ¿No será, pues, el deseo insaciable de su propio bien lo que ocasiona su perdición?

-Tendrías que precisarnos cuál es ese bien.

-No es otro que la libertad -añadí-. Oirás decir por doquier en una ciudad gobernada democráticamente que la libertad es lo más hermoso y que solo en un régimen así merecerá vivir el hombre libre por naturaleza.

-Desde luego -afirmó-, eso es lo que se dice repetidamente.

-Pero, y a esto venía yo, ¿no es el deseo insaciable de libertad y el abandono de todo lo demás lo que prepara el cambio de este régimen hasta hacer necesaria la tiranía?

-¿Qué dices? -preguntó.

-Pues mira: a mi juicio, cuando una ciudad gobernada democráticamente y sedienta de libertad cuenta con unos escanciadores que la derraman más allá de lo debido y sin mezcla alguna, halla pretexto para reprender a sus gobernantes y calificarles de malvados y oligárquicos, si no son enteramente complacientes con ella y no te procuran la mayor libertad posible.

-Eso hace, sin duda alguna -dijo.

-Y hay más: a los que se muestran sumisos a los gobernantes, los insulta cual si se tratase de esclavos voluntarios y que no sirven para otra cosa; y a los gobernantes que semejan a los gobernados, así como a los gobernados que semejan a los gobernantes, los ensalza y los honra tanto en público como en privado. ¿No resulta, pues, necesario que en una ciudad de esta naturaleza la libertad lo domine todo?

-¿Cómo no?

-¡Ah querido! -dije yo-, pero en tales condiciones la anarquía se adentrará en las familias y terminará incluso por infundirse en las bestias.

-¿Qué quieres decir con ello? -preguntó.

-Que nace en el padre -respondí- el hábito de considerarse igual a sus hijos y de temerlos, y recíprocamente, en los hijos con respecto al padre, hasta el punto de que ni respetan ni temen a sus progenitores para dar fe de su condición de hombres libres. Así se igualan también el meteco y el ciudadano, y el ciudadano y el meteco; y otro tanto ocurre con el extranjero.

-En efecto, así ocurre -asintió.

-Pues anota, además de eso -dije yo-, otras menudencias de que voy a hablar: en ese régimen el maestro teme y halaga a sus discípulos, los discípulos se despreocupan de aprender según se ha dicho, salvo contados casos particulares; generalmente, los jóvenes se comparan con los viejos y disputan con ellos de palabra y de hecho, mientras los ancianos condescienden ante los jóvenes y remedan su buen humor y sus gracias con gran espíritu de imitación para no parecer antipáticos ni despóticos.

-Muy cierto es eso -dijo.

-Pues bien, querido amigo -indiqué-: el abuso mayor de libertad se produce en la ciudad cuando los esclavos y quienes les han comprado disfrutan en este sentido de las mismas ventajas. Y casi nos olvidábamos de decir qué grado de igualdad y de libertad preside las relaciones de ambos sexos.

-Entonces -preguntó-, ¿repetiremos las palabras de Esquilo y «diremos lo que ahora nos venga a la boca»?

-Desde luego -respondí- Y eso mismo es lo que yo digo. Porque difícilmente podría creerse que los animales domésticos son más libres en este gobierno que en ningún otro.


Platón: metáfora de la línea

[...]

--Toma, pues, una línea que esté cortada en dos segmentos desiguales y vuelve a cortar cada uno de los segmentos, el del género visible y el del inteligible, siguiendo la misma proporción. Entonces tendrás, clasificados según la mayor claridad u oscuridad de cada uno: en el mundo visible, un primer segmento, el de las imágenes. Llamo, imágenes ante todo a las sombras, y en segundo lugar, a las figuras que se forman en el agua y en todo lo que es compacto, pulido y brillante, y a otras cosas semejantes, Si es que me entiendes.

--Sí que te entiendo.

--En el segundo pon aquello de lo cual esto es imagen: los animales que nos rodean, todas las plantas y el género entero de las cosas fabricadas.

--Lo pongo-- dijo.

--¿Accederías acaso --dije yo-- a reconocer que lo visible se divide, en proporción a la verdad o a la carencia de ella, de modo que la imagen se halle, con respecto a aquello que imita, en la misma relación en que lo opinado con respecto a lo conocido?

--Desde luego que accedo-- dijo.

--Considera, pues, ahora de qué modo hay que dividir el segmento de lo inteligible.

--¿Cómo?

--De modo que el alma se vea obligada a buscar la una de las partes sirviéndose, como de imágenes, de aquellas cosas que antes eran imitadas, partiendo de hipótesis y encaminándose así, no hacia el principio, sino hacia la conclusión; y la segunda, partiendo también de una hipótesis, pero para llegar a un principio no hipotético y llevando a cabo su investigación con la sola ayuda de las ideas tomadas en sí mismas y sin valerse de las imágenes a que en la búsqueda de aquello recurría.

--No he comprendido de modo suficiente --dijo-- eso de que hablas.

--Pues lo diré otra vez contesté. Y lo entenderás mejor después del siguiente preámbulo. Creo que sabes que quienes se ocupan de geometría, aritmética y otros estudios similares, dan por supuestos los números impares y pares, las figuras, tres clases de ángulos y otras cosas emparentadas con éstas y distintas en cada caso; las adoptan como hipótesis, procediendo igual que si las conocieran, y no se creen ya en el deber de dar ninguna explicación ni a sí mismos ni a los demás con respecto a lo que consideran como evidente para todos, y de ahí es de donde parten las sucesivas y consecuentes deducciones que les llevan finalmente a aquello cuya investigación se proponían.

--Sé perfectamente todo eso --dijo--.

--¿Y no sabes también que se sirven de figuras visibles acerca de las cuales discurren, pero no pensando en ellas mismas, sino en aquello a que ellas se parecen, discurriendo, por ejemplo, acerca del cuadrado en sí y de su diagonal, pero no acerca del que ellos dibujan, e igualmente en los demás casos; y que así, las cosas modeladas y trazadas por ellos, de que son imágenes las sombras y reflejos producidos en el agua, las emplean, de modo que sean a su vez imágenes, en su deseo de ver aquellas cosas en sí que no pueden ser vistas de otra manera sino por medio del pensamiento?

--Tienes razón --dijo--.

--Y así, de esta clase de objetos decía yo que era inteligible, pero que en su investigación se ve el alma obligada a servirse de hipótesis y, como no puede remontarse por encima de éstas, no se encamina al principio, sino que usa como imágenes aquellos mismos objetos, imitados a su vez por los de abajo, que, por comparación con éstos, son también ellos estimados y honrados como cosas palpables.

--Ya comprendo --dijo--; te refieres a lo que se hace en geometría y en las ciencias afines a ella.

--Pues bien, aprende ahora que sitúo en el segundo segmento de la región inteligible aquello a que alcanza por sí misma la razón valiéndose del poder dialéctico y considerando las hipótesis no como principios, sino como verdaderas hipótesis, es decir, peldaños y trampolines que la eleven hasta lo no hipotético, hasta el principio de todo; y una vez haya llegado a éste, irá pasando de una a otra de las deducciones que de él dependen hasta que, de ese modo, descienda a la conclusión sin recurrir en absoluto a nada sensible, antes bien, usando solamente de las ideas tomadas en sí mismas, pasando de una a otra y terminando en las ideas.

--Ya me doy cuenta --dijo--, aunque no perfectamente, pues me parece muy grande la empresa a que te refieres, de que lo que intentas es dejar sentado que es más clara la visión del ser y de lo inteligible que proporciona la ciencia dialéctica que la que proporcionan las llamadas artes, a las cuales sirven de principios las hipótesis; pues aunque quienes las estudian se ven obligados a contemplar los objetos por medio del pensamiento y no de los sentidos, sin embargo, como no investigan remontándose al principio, sino partiendo de hipótesis, por eso te parece a ti que no adquieren conocimiento de esos objetos que son, empero, inteligibles cuando están en relación con un principio. Y creo también que a la operación de los geómetras y demás la llama pensamiento, pero no conocimiento, porque el pensamiento es algo que está entre la simple creencia y el conocimiento.

--Lo has entendido --dije-- con toda perfección. Ahora aplícame a los cuatro segmentos estas cuatro operaciones que realiza el alma: la inteligencia, al más elevado; el pensamiento, al segundo; al tercero dale la creencia y al último la imaginación; y ponlos en orden, considerando que cada uno de ellos participa tanto más de la claridad cuanto más participen de la verdad los objetos a que se aplica.

--Ya lo comprendo --dijo--; estoy de acuerdo y los ordeno como dices.


ACTIVIDAD SOBRE PLATÓN

 

Después de ver el video que figura en el enlace del final contesta las siguientes preguntas:

  1. ¿Cuál es la idea principal de la filosofía platónica?

  2. ¿Cómo le influye Sócrates?

  3. ¿Qué opinión tiene de los sofistas y por qué?

  4. ¿Cuáles son las obras más importantes por qué?

  5. ¿Cuáles son los temas principales de la filosofía platónica?

  6. Explica con detalle qué son las ideas para Platón

  7. ¿Qué es la justicia para Platón?

  8. ¿Qué es el bien?

VIDEO: la aventura del pensamiento: PLATÓN