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De qué hablamos cuando hablamos de valores “Nadie es bueno voluntariamente” (Lévinas )
Mis alumnos de ética estudian un tema sobre los valores. Normalmente tienen que hacer una lista enumerando y jerarquizando los valores que están vigentes en nuestra sociedad, en nuestra vida. En esa lista figuran invariablemente entre los primeros, valores como la solidaridad, la honestidad, la igualdad, la libertad, el altruismo, el trabajo, etc. Bueno, está claro que esos son los valores que deberían estar presentes en nuestra vida, porque cuando analizamos los valores que realmente están más arraigados en la conducta de la mayoría de la gente nos encontramos con todo lo contrario: la mentira, el egoísmo, la hipocresía, la manipulación y el dinero fácil, por citar sólo algunos. Por suerte estas actitudes no están generalizadas del todo, pero sí lo suficiente como para parecernos ‘normales’. ¿De qué hablamos entonces cuando hablamos de valores, a qué valores nos referimos? En 1922 Oswald Spengler escribía La decadencia de Occidente. En esta obra desarrollaba la idea de que Occidente estaba viviendo su ocaso definitivo. Más o menos desde entonces, estamos oyendo hablar de crisis en Occidente. Crisis del arte, de la política, crisis de la educación y, cómo no, crisis de valores… A pesar de que este tema suena un poco a rancio por su larga historia quería referirme brevemente a la contradicción que existe entre los valores que enseñamos en las escuelas y los valores con los que vivimos o, dicho de otra forma, de la contradicción existente entre la teoría y la práctica en muchos ámbitos de nuestra vida. Cuando pienso en esto se me vienen muchas ideas a la cabeza porque creo que gran parte de nuestra existencia está afectada por esta contradicción. De algún modo, en partes fundamentales de nuestra vida, lo que pensamos, o mejor, lo que decimos no es coherente con lo que hacemos. No somos muy conscientes de ello porque los medios de comunicación y los políticos nos enseñan cada día cómo practicar estas contradicciones y vivir con ellas. Hablando de política, se supone que la democracia es nuestro régimen político y que los valores que rigen la democracia son el diálogo, la justicia, la igualdad, el bien común… El diálogo como base de los acuerdos y el respeto a la voluntad de la mayoría serían como el padrenuestro de la democracia. Nuestra democracia no es de participación directa así que participamos en las decisiones políticas a través de nuestros representantes, los diputados; ellos toman las decisiones por nosotros para solucionar nuestros problemas; al menos así es en teoría. Sin embargo lo que veo cuando actúan los políticos es todo lo contrario. Para empezar los miembros del Parlamento, una vez elegidos, ya no representan a sus electores, sino a su partido; hasta creo que firman un contrato aceptando ese sometimiento, que es lo que todos conocemos como ‘disciplina de voto’. Así, aunque cada votación de una ley vaya precedida de un debate, aunque haya movilizaciones ciudadanas, o aunque la conciencia de un diputado le dicte lo contrario, el resultado de la votación está predeterminado; más aún, está pactado. Ni el debate público ni el político condicionan el resultado; la votación es resultado de las negociaciones previas entre los partidos; generalmente la propuesta del Gobierno saldrá adelante si tiene mayoría absoluta y si no tendrá garantizada la mayoría mediante pactos previos con partidos minoritarios. Todos tenemos recientes situaciones que ilustran este tema por lo que no vale la pena insistir. Yo no sé si tenemos los políticos que nos merecemos, pero sé que no me gustan; la política de hoy suena más a negocio que a justicia por lo que no me extraña que los propios ciudadanos antepongan el negocio a la moral y la eficacia a la decencia. Mediante estas decisiones políticas se hacen las leyes, y las leyes regulan nuestras vidas. Por eso es tan habitual que la gente se tome poco en serio las leyes; aunque la mayoría de nosotros pensemos que las leyes son necesarias en general lo que queremos es que las cumplan los demás; nosotros siempre estamos listos para aplicárselas a los otros y para transgredirlas nosotros, justificando las dos cosas. De lo que estoy hablando es de la contradicción entre le justo y lo útil, entre lo bueno y lo práctico, y del triunfo del segundo tipo de valores. Voy a poner ahora un ejemplo de algo que nos toca muy de cerca, algo con lo que vivimos a diario: en nuestro centro escolar, como en cualquier otro, todo el mundo aceptaría que el conocimiento es uno de los valores básicos que deben guiar nuestro trabajo y el de los alumnos; sin embargo lo que realmente valoran la mayoría de nuestros alumnos es aprobar sin estudiar, de lo que se deduce que ni se valora el trabajo ni se valora el saber. Seguro que a los que trabajamos en el mundo de la educación se nos vienen a la cabeza muchas de estas contradicciones que afectan también a los padres y a los propios profesores pero ahora no voy a hablar de ellas aunque sólo sea para que alguien termine el artículo. Sería bueno terminar con un pensamiento positivo al respecto pero es que no se me ocurre ninguna solución al problema. Creo que sólo cuando nos demos cuenta de que los valores que reconocemos en teoría son los realmente buenos cambiarán las cosas. Bueno sí se me ocurre algo positivo; en las relaciones más próximas, las que se basan en el amor o la amistad esta esquizofrenia de valores creo que no es tan acusada y nuestras actitudes son más honestas. De todos modos hay personas que no encajan en esta tendencia y que viven su vida de forma más coherente y más sana moralmente, pero sería tan bonito que esa fuera la tendencia general…
Jesús Ángel Martín Martín Valladolid, 2006 |