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página de filosofía de jesús ángel martín

la ética de Aristóteles


 

la virtud como sabiduría

la virtud como término medio

el hábito

la amistad

 


Aristóteles: la virtud como sabiduría

Si la felicidad es la actividad conforme con la virtud, es claro que es la que está conforme con la virtud más perfecta, es decir, la de [la facultad] más elevada. Ya se trate de la inteligencia o de otra facultad, y que esta facultad sea divina o lo que hay más divino en nosotros, la actividad de esta facultad, según su virtud propia, constituye la felicidad perfecta. Y ya hemos dicho que es contemplativa (teórica).

Esta afirmación parece que está de acuerdo tanto con nuestras explicaciones anteriores como con la verdad. Porque esta actividad es por sí misma la más elevada. Pues entre nuestras facultades la inteligencia [ocupa el primer puesto] y entre las cosas conocibles, aquellas de las que se ocupa la inteligencia. Además su acción es la más continua, pues podemos entregarnos a la contemplación de un modo más seguido que a una actividad práctica. Y puesto que creemos que el placer debe estar asociado a la felicidad, la más agradable de todas las actividades conformes a la virtud es, según opinión común, la que es conforme a la sabiduría.

(…) Parece también que la felicidad está en el ocio. Ya que no nos privamos de él sino es con vistas a obtenerlo, y hacemos la guerra para vivir en paz.

(…) Así pues, si entre las acciones conformes a la virtud, ocupan el primer lugar por su esplendor e importancia las acciones políticas y guerreras; si por el contrario suponen la ausencia de ocio; si persiguen un fin diferente y no son buscadas por sí mismas; en cambio la actividad de la inteligencia parece superar a las anteriores por su carácter contemplativo. No persigue ningún fin fuera de ella misma; lleva consigo un placer propio y perfecto porque aumenta aún su actividad.

(…) No debemos pues escuchar a los que nos aconsejan no cuidarnos más que de las cosas humanas, porque somos hombres, y porque somos mortales ocuparnos sólo de las cosas mortales. Sino que en la medida de lo posible debemos hacernos inmortales y hacerlo todo para vivir de conformidad con la parte más excelente de nosotros mismos, ya que, aunque sea pequeña por sus dimensiones, supera y en mucho a todas las cosas por su poder y dignidad.

Ética a Nicómaco, X, 6 y 7.

 


ARISTÓTELES: La virtud moral como término medio

Comencemos por sentar, que toda virtud es, respecto a la cosa sobre que recae, lo que completa la buena disposición de la misma y le asegura la ejecución perfecta de la obra que le es propia. Así, por ejemplo, la virtud del ojo hace que el ojo sea bueno, y que realice como debe su función; porque gracias a la virtud del ojo se ve bien. La misma observación, si se quiere, tiene lugar con la virtud del caballo; ella es la que le hace buen caballo, a propósito para la carrera, para conducir al jinete y para sostener el choque de los enemigos. Si sucede así en todas las cosas, la virtud en el hombre será esta manera de ser moral, que hace de él un hombre bueno, un hombre de bien, y gracias a la cual sabrá realizar la obra que le es propia.

Ya hemos dicho cómo el hombre puede conseguir esto; pero nuestro pensamiento se hará más evidente aún, cuando hayamos visto cuál es la verdadera naturaleza de la virtud.

En toda cuantidad continua y divisible, pueden distinguirse tres cosas: primero el más; después el menos, y en fin, lo igual; y estas distinciones pueden hacerse o con relación al objeto mismo, o con relación a nosotros. Lo igual es una especie de término intermedio entre el exceso y el defecto, entre lo más y lo menos. El medio, cuando se trata de una cosa, es el punto que se encuentra a igual distancia de las dos extremidades, el cual es uno y el mismo en todos los casos. Pero cuando se trata del hombre, cuando se trata de nosotros, el medio es lo que no peca, ni por exceso, ni por defecto; y esta medida igual está muy distante de ser una ni la misma para todos los hombres.

(...) Hablo aquí de la virtud moral; porque ella es la que concierne a las pasiones y a los actos del hombre, y en nuestros actos y en nuestras pasiones es donde se dan, ya el exceso, ya el defecto, ya el justo medio. Así, por ejemplo, en los sentimientos de miedo y de audacia, de deseo y de aversión, de cólera y de compasión, en una palabra, en los sentimientos de placer y dolor se dan el más y el menos; y ninguno de estos sentimientos opuestos son buenos. Pero saber ponerlos a prueba como conviene, según las circunstancias, según las cosas, según las personas, según la causa, y saber conservar en ellas la verdadera medida, este es el medio, esta es la perfección que sólo se encuentra en la virtud.

Con los actos sucede absolutamente lo mismo que con las pasiones: pueden pecar por exceso o por defecto, o encontrar un justo medio. Ahora bien, la virtud se manifiesta en las pasiones y en los actos; y para las pasiones y los actos el exceso en más es una falta; el exceso en menos es igualmente reprensible; el medio únicamente es digno de alabanza, porque el sólo está en la exacta y debida medida; y estas dos condiciones constituyen el privilegio de la virtud. Y así, la virtud es una especie de medio, puesto que el medio es el fin que ella busca sin cesar.
Además, puede uno conducirse mal de mil maneras diferentes; porque el mal pertenece a lo infinito, como oportunamente lo han representado los pitagóricos; pero el bien pertenece a lo finito, puesto que no puede uno conducirse bien sino de una sola manera. He aquí cómo el mal es tan fácil y el bien, por lo contrario, tan difícil; porque, en efecto, es fácil no lograr una cosa, y difícil conseguirla. He aquí también, por qué el exceso y el defecto pertenecen juntos al vicio; mientras que sólo el medio pertenece a la virtud: "Es uno bueno por un sólo camino; malo, por mil."
Por lo tanto, la virtud es un hábito, una cualidad que depende de nuestra voluntad, consistiendo en este medio que hace relación a nosotros, y que está regulado por la razón en la forma que lo regularía el hombre verdaderamente sabio. La virtud es un medio entre dos vicios, que pecan, uno por exceso, otro por defecto; y como los vicios consisten en que los unos traspasan la medida que es preciso guardar, y los otros permanecen por bajo de esta medida, ya respecto de nuestras acciones, ya respecto de nuestros sentimientos, la virtud consiste, por lo contrario, en encontrar el medio para los unos y para los otros, y mantenerse en él dándole la preferencia.
He aquí por qué la virtud, tomada en su esencia y bajo el punto de vista de la definición que expresa lo que ella es, debe mirársela como un medio. Pero con relación a la perfección y al bien, la virtud es un extremo y una cúspide. 

Aristóteles, Moral a Nicómaco, Libro Segundo, VI

ARISTÓTELES: El hábito

Así, pues, las virtudes no existen en nosotros por la sola acción de la naturaleza, ni tampoco contra las leyes de la misma; sino que la naturaleza nos ha hecho susceptibles de ellas, y el hábito es el que las desenvuelve y las perfecciona en nosotros. Además, con respecto a todas las facultades que poseemos naturalmente, lo que llevamos desde luego en nosotros es el simple poder de servirnos de ellas; y más tarde es cuando producimos los actos que de las mismas emanan. Tenemos un patente ejemplo de esto en nuestros sentidos. No es a fuerza de ver ni a fuerza de oír como adquirimos los sentidos de la vista y del oído; sino que, por el contrario, nos hemos servido de ellos porque los teníamos; y no los tenemos en modo alguno porque nos hemos servido de ellos; lejos de esto, no adquirimos las virtudes sino después de haberlas previamente practicado. Con ellas sucede lo que con todas las demás artes; porque en las cosas que no se pueden hacer sino después de haberlas aprendido, no las aprendemos sino practicándolas; y así uno se hace arquitecto, construyendo; se hace músico, componiendo música. De igual modo se hace uno justo, practicando la justicia; sabio, cultivando la sabiduría; valiente, ejercitando el valor.

Aristóteles, Moral a Nicómaco, Libro Segundo, I

Aristóteles: la amistad

No lo amamos todo [indistintamente], sino que amamos sólo lo que es amable, a saber, lo bueno, o lo agradable, o lo útil. Lo útil es lo que procura un bien o un placer, de suerte que el bien y lo agradable son amables en cuanto fin. ¿Amamos lo que es bueno en sí, o lo que es bueno para nosotros? A veces estos dos caracteres difieren, e igual para lo agradable. Parece que cada uno ama lo que es bueno para él y que, si hablando absolutamente lo que es bueno [en sí] es amable, cada cual halla amable lo que es bueno para él. Por otra parte, cada uno juzga amable, no exactamente lo que es bueno para él, sino lo que le parece bueno. Pero importa poco. Definamos lo amable: lo que parece bueno.

(…) Por el contrario, se dice que debe desearse el bien de un amigo por él mismo. Los que así desean el bien [de alguien] son llamados benevolentes, aunque no sean correspondidos. Porque la benevolencia, cuando es recíproca, es la amistad.

(…) Hay tres clases de amistades, igual que hay tres clases de amabilidades. En cada una de ellas encontramos reciprocidad y amor no secreto. Los que se aman mutuamente quieren el bien los unos de los otros, según la naturaleza de su amor. Los que se aman por la utilidad no se aman por sí mismos, sino con la esperanza de obtener del otro algún bien. Y lo mismo ocurre con los que se aman con vistas al placer; no aman a las gentes de talento por sus cualidades, sino por lo gratas que les resultan.

Así pues los que aman por la utilidad buscan lo que les conviene. Los que aman por el placer [buscan] lo que les es agradable. No aman al amigo porque es él, sino en la medida en que les es útil o agradable. Estas amistades nacen accidentalmente; no aman a su amigo por lo que es, sino porque es capaz de procurarles alguna ventaja o algún placer. Estas amistades son muy frágiles, porque los amigos no siempre permanecen iguales; cuando ya no son útiles ni agradables, dejan de amarse.

(…) La amistad perfecta es la de los hombres buenos y la de los que se unen por la virtud. En efecto, éstos se desean mutuamente un bien semejante en la medida en que son buenos, y son buenos en sí mismos. Pero la cima de la amistad es querer el bien de los amigos por sí mismos, porque esta disposición es esencial, no accidental.

(…) Es natural que estas amistades sean raras, porque los hombres así son poco numerosos. Además es necesario [consagrarle] tiempo y tener una vida en común: según el proverbio, no es posible conocerse los unos a los otros antes de haber consumido en común muchas medidas de sal.

Ética a Nicómaco, VIII, 2 y 3