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página de filosofía de jesús ángel martín

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materiales sobre "consumismo":

 


EL CONSUMISMO. Cuestionario

“No importa tanto lo que cada uno, sino lo que tiene”. Explica la frase con relación al tema del consumo.
  • ¿A quienes crees que margina más nuestra sociedad? ¿Por qué?

  • ¿Actualmente resulta más fácil producir mercancías o venderlas? ¿Por qué?

  • Además de vender la publicidad cumple varias funciones: sustitutiva, estereotipadora, desproblematizadora, conservadora, e ideológica. Explica en qué consiste cada una y cita dos ejemplos de cada clase.

  • Pon ejemplos de preocupación  obsesiva por cosas banales.

  • ¿En qué consiste el placer de consumir? Enumera algunas características de la sociedad de consumo.

  • Explica la expresión “vivimos en un mundo efímero”

  • Si los hombres no cambian, por qué surgen continuamente nuevas necesidades en nuestra sociedad?

  • Enumera distintos modos de ser solidarios con los países del Tercer Mundo.

  • De las consecuencias negativas que tiene el consumismo, cuáles te parecen más perjudiciales y por qué.

  • ¿Cuál es el principal problema económico de los países del Tercer Mundo?
  • En tu formación ¿quién ha influido más, los maestros, los libros, el cine o la televisión? ¿Por qué?


  • ARQUIMEDES, EL BUGATTI DE BOB Y LAS ZAPATILLAS DE MARCA

    Miguel Villarejo

    En septiembre de 1999, el filósofo Peter Singer publicó en The New York Times Magazine un artículo en el que planteaba el siguiente dilema:

    Bob ha invertido los ahorros de toda su vida en un Bugatti. Un día sale a dar un paseo en él y lo aparca en una vía muerta, echa a andar y, cuando está en lo alto de un cerro, observa cómo un tren sin control se dispone a arrollar a un niño, Bob no puede avisar ni al niño ni al maquinista, pero sí puede accionar un cambio de agujas. El problema es que desviará el tren contra su Bugatti. ¿Qué debe hacer?

    Si Bob no cambia las agujas y el niño muere, todos coincidiremos en condenar su conducta. Sin embargo, escribe Singer, "nosotros también tenemos oportunidad de salvar las vidas de los niños" donando dinero a Oxfam o Unicef, y no lo hacemos. Más aún: "Los estadounidenses que viven confortablemente y dan, pongamos, el 10% de sus ingresos a organizaciones con fines benéficos [...] deberían hacer mucho más, y no tienen legitimidad para criticar a Bob por no hacer el gran sacrificio de perder su Bugatti". "En el mundo tal y como es ahora", prosigue, "no veo forma de escapar a la conclusión de que cada uno de nosotros con riqueza que excede de la precisa para cubrir nuestras necesidades debe dar la mayoría de ella a la gente que, sufre de pobreza tan duramente como para ver su vida amenazada." El imperativo "es simple: todo el dinero que gaste en lujo, no en necesidades, debe donarse". "Si no lo hacemos", concluye, "debemos saber al menos que no estamos viviendo una vida moralmente decente".

    Velar por el débil

    En su apasionante y apasionado libro, Adela Cortina recuerda que, cuando "algo es bueno en sí mismo y además vulnerable, quien tiene poder para protegerlo, para cuidar de ello, debe hacerlo, debe hacerse responsable de su suerte". Pero Cortina es mucho más cauta que Singer a la hora de sacar conclusiones, Por supuesto que es intolerable no mover un dedo mientras millones de niños padecen hambre o mueren de enfermedades tan absurdas como una diarrea estival. Pero, ¿mejoraría su situación si en Occidente dejáramos de "dar rienda suelta a nuestros caprichos" y cada familia que ingresara 50.000 dólares al año donara 20.000 al Tercer Mundo, como Propone Singer?

    Incluso en el supuesto, más que dudoso, de que los países pobres tuvieran la, capacidad para gestionar semejante avalancha de recursos, la transferencia sumiría al Primer Mundo en una espectacular depresión. Estamos viendo que las calles de Nueva York se llenan de indigentes al menor titubeo de la economía estadounidense, ¿Qué sucedería si de repente el consumo se contrajera el 40%?

    Lujo y necesidad

    Por otra parte, la distinción entre artículos necesarios y superfluos es muy discutible. La zapatilla deportiva o la camiseta de marca pueden ser un lujo para el consumidor pero para el fabricante son su principal fuente de proteínas en la misma medida en que el bisonte lo era para los indios de las praderas. En una economía de subsistencia se puede trazar limpiamente la frontera entre el capricho y la necesidad, pero desde el momento en que se desarrolla un mercado y la gente se especializa, los límites se difuminan.

    Singer da por supuesto que en economía se cumple el principio de Arquímedes y que los países pobres experimentarán un empuje hacia arriba igual al volumen de ayuda que desaloje Occidente. Pero la evidencia disponible ni siquiera avala que vaya a darse un empuje proporcional. A diferencia de Bob, no controlamos las agujas que gobiernan la dirección del tren. Gran parte de los recursos desviados se disiparían en las manos de administraciones incapaces o directamente corruptas. Si la transferencia de capitales fuese la solución contra la pobreza, Argelia, Venezuela y Nigeria serían ricas.

    ¿Y por qué no lo son? Tanto Singer como Cortina desautorizan el crecimiento, pero los países que más eficazmente han combatido la pobreza han sido precisamente los que más han crecido: Hong Kong, Corea, Taiwán, Chile... ¿Y por qué han crecido? Porque disponían de las instituciones adecuadas: mercados que asignan los recursos a los agentes más productivos, tribunales que velan por el cumplimiento de los contratos y el respeto de la propiedad privada, políticas de gasto rigurosas, control de precios... La izquierda habla de la pobreza como de un círculo vicioso que sólo la cooperación puede romper, pero todos los países empezaron siendo pobres.

    Como observaba el economista húngaro Peter Bauer si la teoría del círculo vicioso fuese cierta, seguiríamos en la Edad de Piedra.

    La izquierda también tiende a considerar la riqueza como algo que brota espontáneamente en la naturaleza y de la que unos pocos desaprensivos se apropian en perjuicio de la mayoría. Por eso, su remedio contra la miseria consiste siempre en redistribuir, en mover mercancías y capitales de un lado a otro del planeta. Pero esas mercancías y esos capitales son sólo Ia manifestación de la riqueza, no la verdadera riqueza. La riqueza consiste en un modo específico de relacionarse con el entorno, Se llama capitalismo.

    Cuestiones:

  • ¿Cuál es la idea principal del autor?
  • ¿En qué consiste la propuesta de la izquierda para remediar la pobreza? ¿Qué opina el autor al respecto?
  • ¿Cuál es tu opinión sobre el artículo: en qué coincides con el autor y en qué no? ¿Por qué?

  • POBRES, POBRES

    Carlos Rodríguez Braun

    Crítica de las desigualdades sociales a nivel mundial y de la hipocresía de los países ricos con sus obras de ‘caridad...’

    El País, 6 de junio de 1998

    Encima de todo lo que conllevan los pobres, los bienpensantes de los países ricos sistemáticamente quieren ayudarlos mediante redistribuciones forzadas, falsamente solidarias, y no proponen nunca lo que más permite a los pobres dejar de serlo: la libertad de comercio. En cambio, una idea que gana fuerza, y que Soledad Gallego-Díaz respalda en un interesante artículo (véase EL PAÍS del 19 de mayo), es condonar la deuda externa del Tercer Mundo.

    Quienes defienden estas transferencias de dinero, en vez de abrir los mercados a los pobres, en el fondo los menosprecian. Esta actitud es coherente con el mismo error en que incurren los intervencionistas acerca del cuidado de los pobres en los países ricos: aquí también se piensa que la solución estriba en más impuestos, más controles y más subsidios, y no en más libertad para facilitar el trabajo, el ahorro y la iniciativa empresarial.

    No se debe tratar a los pobres como si fueran débiles mentales profundos, incapaces de salir adelante por sus propios medios, y ante los que sólo cabe el humanitarismo solidario. Todo lo que sabemos sobre la pobreza y la riqueza confirma que si se da a los pobres la oportunidad y los incentivos adecuados aplican con racionalidad sus recursos y así progresan.

    Por cierto, usted, sí, usted que me está leyendo con paciencia, ¿cómo lo ha conseguido, cómo ha hecho para abrirse camino? Perdone que me meta en su vida, pero es que estoy cansado de oír hablar de ricos y pobres como si tal división fuera una inapelable decisión divina o en todo caso exógena. En realidad, todos los países ricos fueron en un momento pobres, y la mayoría de las personas ricas no nacieron ricas. Así, si usted ha prosperado, mucho o poco, es más que probable que se lo deba a su propio esfuerzo, a haber aplicado sus energías a un trabajo, profesión o actividad, que ha entrado usted en el mercado y allí ha obtenido lo mucho o poco que posee. ¿No es cierto? ¿Y por qué los pobres van a seguir un camino distinto?

    Ya, dirá usted, pero hay pobres y es inmoral no hacer nada por ellos. De acuerdo, pero mi tesis es que a la hora de pensar en cómo ayudarlos no olvidemos que los pobres son igualitos que usted y van a salir de pobres en la medida en que puedan trabajar con oportunidades y con incentivos adecuados, como lo ha hecho usted. Y ahora hablemos del Gobierno. Hay poderosas razones para pensar que esas oportunidades y esos incentivos tienen mucho que ver con la política y las instituciones. No es casual que el grueso de los países pobres soporten no sólo Gobiernos que aplican políticas económicas ineficaces, sino regímenes dictatoriales y corruptos, donde lo que en España damos por supuesto -la libertad, la justicia, la paz- allí brilla por su ausencia. Soledad Gallego-Díaz lo reconoce, y por eso recomienda que los fondos liberados por la cancelación de la deuda se aparten de los Gobiernos y las entidades financieras internacionales y "se destinen a programas que mejoren la vida de los ciudadanos de los países deudores". De ahí que esto sea una variante del 0,7%, en la medida en que se trata de redistribuciones coactivas de dinero desde los contribuyentes hacia las ONG, que seguirían así siendo en realidad OMG, organizaciones muy gubernamentales, porque continuarían dependiendo fundamentalmente de la coacción del poder político sobre los recursos de los ciudadanos.

    No soy un entusiasta del FMI, pero cumplió un papel a la hora de renegociar la deuda durante la última crisis, y acaso sin él se hubiesen interrumpido los flujos financieros hacia los países pobres. Además, como apunta la propia Gallego-Díaz, ha promovido ya algunas condonaciones. Tengamos cuidado con propuestas de magnas intervenciones ideales y pensemos en los problemas presentes y futuros de los países subdesarrollados, que suelen ser fuertes demandantes de fondos del exterior. ¿Cómo se van a organizar tras una condonación masiva?

    Pero no tengo espacio hoy para analizar en detalle este problema. Lo único que deseo subrayar es que la deuda no es la causa de la pobreza de esos países, que es la gran cuestión a resolver. Para ello hay que presionar desde todos los frentes para que reine una mayor libertad política y económica. Y, en este punto, el cinismo prevaleciente en los países ricos es insuperable. Prevalece una potente alianza antiliberal de políticos, burócratas, religiosos, sindicalistas, empresarios, intelectuales, periodistas, ONG, que insisten en que la solución pasa por más intervención, por más incursiones del poder sobre la libertad y el dinero de los ciudadanos. ¿Abrir nuestros mercados a los pobres? ¡Eso nunca!

    Es lamentable que las fuerzas llamadas progresistas integren esa confabulación. El viejo socialismo liberal, que desde el mismo Marx en adelante atacó el proteccionismo como una agresión a los trabajadores, y defendió, por cierto, su libre inmigración, ha sido reemplazado por un falso progresismo que quiere cerrar las fronteras a los pobres y a sus mercancías. Para colmo, se alega a veces que el proteccionismo tiene bases solidarias: se dice que los pobres no están preparados para la libertad económica, o que están dominados por las multinacionales, o que sólo se puede competir entre iguales, o incluso que el mercado libre sólo beneficia a los ricos. Son viles excusas y disparates: los pobres están perfectamente preparados para competir. Lo que necesitan es una oportunidad. Y eso es el mercado. Los pobres son personas como usted, que no han tenido las oportunidades que usted ha podido y sabido aprovechar para trabajar e intercambiar el fruto de su trabajo con los demás. Suponga que usted se especializa en una actividad y le plantean la siguiente opción: o bien la ejerce y paga o renegocia sus deudas, o bien le condonan sus deudas pero le prohiben ejercerla. Lo que a usted le conviene está claro. Y lo que les conviene a los pobres es lo mismo.


    LA NUEVA SOCIEDAD DE CONSUMO

    Gilles Lipovetsky. La felicidad paradójica. Ensayo sobre la sociedad de hiperconsumo

     

    “Ha nacido una nueva modernidad: coincide con la «civili­zación del deseo» que se construyó durante la segunda mitad del siglo XX.

    Esta revolución es inseparable de las últimas orientaciones del capitalismo dedicado a la estimulación perpetua de la demanda, a la comercialización y la multiplicación infinita de las necesidades: el capitalismo de consumo ha ocupado el lugar de las economías de producción. En el curso de unos decenios, la sociedad opulenta ha trastocado los estilos de vida y las cos­tumbres, ha puesto en marcha una nueva jerarquía de objetivos y una nueva forma de relacionarse con las cosas y con el tiem­po, con uno mismo y con los demás. La vida en presente ha reemplazado a las expectativas del futuro histórico y el hedonis­mo a las militancias políticas; la fiebre del confort ha sustituido a las pasiones nacionalistas y las diversiones a la revolución. Apoyado en la nueva religión de la incesante mejora de las con­diciones de vida, el vivir mejor se ha convertido en una pasión de masas, en el objetivo supremo de las sociedades democráti­cas, en un ideal proclamado a los cuatro vientos. Pocos fenóme­nos han conseguido modificar tan profundamente los estilos de vida y los gustos, las aspiraciones y las conductas de tantas per­sonas en tan poco tiempo (…)

    El materialismo de la pri­mera sociedad de consumo ha pasado de moda: actualmente asistimos a la expansión del mercado del alma y su transforma­ción, del equilibrio y la autoestima, mientras proliferan las far­macopeas de la felicidad (…)

    La parte del tiempo no trabajado representa en los países más desarrollados entre el 82 % y el 89 % del tiempo total que pasa despierto el individuo. El tiempo y el dinero que se dedican al ocio están en alza continua. Las fiestas, los juegos, los placeres, las incitaciones al placer invaden el espacio de la vida cotidiana (…)

    Las incitaciones al hedonismo están por todas partes: las inquietudes, las decep­ciones, las inseguridades sociales y personales aumentan. Son estos aspectos los que hacen de la sociedad de hiperconsumo la ci­vilización de la felicidad paradójica.”